31 octubre 2006

EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE

La crítica de D. Juan Luis Calleja, sobre un libro que Trapisonda recomienda a sus rectores, que sabrán cómo se hace en los renacimientos de España.

EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE. Pedro González-Bueno y Bocos. 348 págs.- Ed. ALTERA.


Dadme talentos aptos, que busquen la gloria de
hacer bien a los intereses del mundo, y veréis
prodigios.
Juan Pablo FORNER.


He aquí la veloz autobiografía de un ingeniero dedicado a España. Va deprisa, desde la infancia, los estudios, los destinos primeros, los amores definitivos y la familia, hasta 1936, cuando Calvo Sotelo es muerto por el odio, la envidia y el cálculo. Vuelve a acelerarse, en previsor salto hacia los campos que quedarían en zona nacional. Truena la guerra. Y vuela el libro, enseñándonos por arriba y sin detalles premiosos, en panorama desde lo alto, el trabajo profesional y la filosofía política de este hombre como ministro de Franco. Cesado, aún en plena Cruzada, seguimos enterándonos en páginas sin rodeos de sus iniciativas politécnicas y sociales, y sus incesantes “aventuras empresariales” hasta la paz y muchos años después, hasta la jubilación del autor.

La esencia de lo que puede decirse de este libro está en la introducción del hijo del autor y en el prólogo de Fernando Suárez González. Según el primero, Pedro González-Bueno y Benítez, el autor no se propuso contar la guerra que vivió, ni lo anterior o posterior a ella, sino “lo que fue su paso por la vida, que refleja lo que fue su forma de ser, y todo ello teniendo como telón de fondo casi un siglo de la España cambiante”. Según el prologuista, las dos notas esenciales de esta autobiografía son la admiración, el respeto y la devoción que González-Bueno sentía por Francisco Franco, y la naturalidad con que se mezclan en la vocación y en la conducta del autor su acción de hombre de empresa y su ambición por el desarrollo y la modernización del país. Así es.

Vaya por delante que el elogio a Franco escasea en este libro austero. La admiración surge, según leemos hechos, datos, y cambios grandes y pequeños en el ilusionado ambiente de renovación promovido por Franco. Pero no hay en este libro aclamaciones ni aparatosos loores. Tal vez es el lector quien los va poniendo, según tropieza con cosas como éstas:

“Curiosamente era el Generalísimo el que menos limitaba el pleno ejercicio de la responsabilidad de cada ministro. Escuchaba, preguntaba en algún caso y asentía” – Pág.164

(Ante muy fuertes, exigentes y amenazadoras presiones de Alemania). “Entendía él, sin embargo, que era preferible perder la guerra a admitir lo que calificaba como una forma de colonización. Prefiero –dijo- que ganen los rojos, que también son españoles, a ceder ante esa exigencia.” –Pág.172

(Ante quien ponderó su heroísmo en Africa, después de ver una película sobre su vida). Franco dijo: -“-Eso no tiene tanto mérito. Por mi educación militar, el cumplimiento del deber es una costumbre de la que no puedo prescindir.” Pág.227

“La impresión de M. Bercot (Presidente de Citroën) sobre la personalidad de Franco fue notoria. No podía imaginarlo él tan natural y asequible. “Me he quedado asombrado de la gran sencillez del Generalísimo Franco y de la rapidez con que ha reaccionado buscando soluciones al problema que usted le exponía.” Incluso comparó esa actitud con la del general De Gaulle, al que había tenido que visitar por temas relacionados con la Citroën. Según sus palabras, le había mantenido en la posición de “firmes” y sin que prácticamente pudiera hacer otra cosa que oírle. No tuvo oportunidad de hacer al general exposición o pregunta alguna.”. Pág. 284.

“Nunca habría logrado desarrollar mis ideas y mi creatividad si no hubiese sido por su receptividad y apoyo a todo cuanto él, en su innata predisposición a escuchar, percibía algo constructivo y positivo para España, prestando además su impulso, sin interferir nunca en las competencias de aquellos a quienes correspondía decidir.” Pág.295

EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE nada hay de bombo interesado ni de propaganda. Viene limpio de palabrería. Lo que en él no son hechos, consiste en sentimientos promotores. Nunca explota las fáciles ocasiones para el homenaje. Ejemplos:

Cuenta la gesta del Alcázar de Toledo, que emocionó al mundo, en catorce líneas. Y no vuelve a mencionarlo. Los tres meses del roto sitio de Oviedo, una ciudad con cientos de miles de problemas temblando en docenas de miles de habitantes, fué homérica victoria que González-Bueno, alude de pasada, al comentar la tranquilidad del noviembre de 1937, diciendo que, de aquel mes, “ merece destacar la concesión de la Laureada de San Fernando al general Aranda y los defensores de Oviedo,” un estoico renglón y medio de notaría: Dieciocho palabras y ni una más, en todo el libro, sobre aquella pasmosa hazaña. La caída de Madrid y el fin de la guerra constan también sin grandes ni largas elocuencias, pasando deprisa al recuerdo de acciones de desarrollo y promoción social:

“A primeros de enero de 1939, el Generalísimo me había hecho notar la gran necesidad que existía en nuestra sociedad de viviendas asequibles a familias de renta modesta”. A siete días de la Victoria con mayúscula, el 24 de marzo del 39, González-Bueno inaugura en Santander una exposición de la Artesanía española. Y apenas dos semanas después de la misma Victoria, el l9 de abril, nace el Instituto Nacional de la Vivienda.

De presunción y alardes, ni rastro. El honor y la solvencia de España se guardan con honda, fija y seria naturalidad. El autor puede certificar, por ejemplo, un hecho probablemente único en la historia universal de los conflictos civiles del mundo: “Me consta que España canceló todas sus deudas de guerra, tanto las adquiridas por la España nacional como las originadas en la República”. ¿Dónde lo dice? Allá abajo, en una nota a pie de página y en letra para lupa.

Es popular el consejo que, según cuentan, dió Franco al almirante Maturone, que se resistía a encabezar el Ministerio de Marina por sus propios límites en ciertas artes: “- Haga usted lo que yo. No se meta en política”. Pues bien, en estas memorias se ve que, en efecto, ni Franco ni, por lo menos, González-Bueno anduvieron en politiquerías, absortos hasta tal punto en la construcción del bien común que, a éste, le distraía de las noticias del frente. Así, en la página 185 cuenta cómo un día el general Vigón le puso al corriente de la marcha de la guerra, “sobre la que yo no contaba más que con las concisas noticias que sobre ella daba Franco en los Consejos de Ministros,” lo que nos revela, nada menos, que la mismísima guerra y sus frentes no eran el tema dominante que Franco llevaba a aquellos consejos: Llevaba las urgencias de la administración, reconstrucción y mejora de España, urgencias sobre las que Franco escuchaba, preguntaba y decidía. Esto queda claro en las memorias de González-Bueno.

Y eso, el arte de organizar la convivencia y la prosperidad de todos, como señala Fernando Suárez, es el meollo de EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE, donde el autor habla del Fuero del Trabajo que amparó a los trabajadores hasta 1976 y de otras grandes creaciones o iniciativas suyas, como las Magistraturas del Trabajo o el Servicio Nacional del Trigo, con su arenga ¡Arriba el campo! Pero no se acuerda de todo lo que en ese campo, un erial, roturó, aró y sembró la fértil diligencia de González-Bueno. Fernando Suárez remedia el olvido recordando comedores en las empresas para obreros, economatos, cooperativas; turnos para que los trabajadores tuvieran vacaciones en plena guerra; jornal fijo para eventuales; indemnización por accidentes de trabajo, incluso, si ocurridos en zona enemiga; trabajo regulado a bordo de buques mercantes; Reglamentos Nacionales para el trabajo en Siderometalurgia, Hostelería, Cafés, Bares, Conservas y Salazones de Pescado…

Aún en guerra y después de su fin, siguen las consultas con Franco y la sincera, devota fe en su visión de estadista. Y continúa la rápida autobiografía, insuficiente en detalles, excesiva en modestia, relatando las diversas “aventuras empresariales”, fundadas en los cimientos firmes del ingeniero e inspiradas por su afán de servir a España. Entonces, empuja e inicia la electrificación de los ferrocarriles; Surge la Sociedad Ibérica de Construcciones Eléctricas; instala en Vigo la Citroën y la preside; crea zonas residenciales en Canarias, rema como un atleta a bordo de sociedades como RENFE, TETRACERO, SICE, GEE, CASER, AGIGANSA, etc. Contribuciones, sin duda, a la España cambiante que, de los 107 dólares de renta per cápita en 1940, llegó a los 2.574 en 1975.

Una dramática entrevista última con Franco, a punto de muerte, es el ocaso del libro. Con una mano temblona y voz débil, aún le salen a aquel hombre apoyos de Caudillo, cuando González-Bueno le confiesa sus temores políticos en el porvenir: “Levantando la voz y con una sonrisa me dijo: Tenga usted confianza. Tenga usted confianza…”

Don Pedro González-Bueno y Bocos fué un dinámico motor de ideas, un escultor político de cincel certero, fiel a España, a su familia y oficio. Uno pasa con interés, deprisa, las páginas de su libro, como aprisa fueron escritas. El lector podría sospechar que el autor, indagando con más fruición y menos austeridad en sus grandes recuerdos, habría puesto su libro más cerca, más a la altura de sus propios méritos. Aunque, a lo mejor, acertó. Porque la obra también conquista por limpia de vanidades y exageraciones. Y porque Forner, que escribió en sus “Exequias de la lengua castellana,” lo arriba citado, también allí puso: “La capacidad humana pierde tanto por no investigar como por querer investigarlo todo”

Juan Luis Calleja

22 octubre 2006

TERMITERO

LAS MANCHAS DE LA MOFETA

Una de las normas de la inteligencia humana exige el ahorro de energía y eso hace que el hombre tienda a usar el sendero conocido, a actuar del modo en que ha obtenido los mejores resultados. Se le llama a veces aprendizaje por el ensayo y el error.

Advertido esto, hay que quejarse del infinito número de personas que, contra todo conocimiento del espíritu del hombre, pensaron que el socialismo, tras las mentiras y robos masivos de la época "Felípez" no se atravería a repetir un sistema de dominación del prójimo como aquel, donde los millones viajaban en bolsas de deporte con absoluta impunidad.

Eso es no conocer ni al socialismo ni al hombre en general. Lo prueba el hecho de que, ocho años después de ser achicados del poder, volvieron. Envueltos en una gran nube de mentiras que, además, tampoco eran originales sino las de siempre, las que les funcionan desde hace más de un siglo.

¿Es que la gente no recordaba los episodios socialistas de la época "Felípez"? Claro que sí, pero creían que no se repetiría, ignorando esa ley de la especie: el socialismo no escarmienta y repite lo que le funciona, especialmente a través del arte de la mentira aplicada a la dominación del prójimo.

¿Acaso no se le votó en el 82 pese a conocer perfectamente que es el partido de los "recors" negativos: El que más ha robado a España; que que más gente ha asesinado; el que más checas tuvo y mantuvo; el que más ha troceado a España, el que más templos se ha cargado, el que ha perseguido más a los cristianos, el que más grotescas mentiras ha usado... Y se le votó para aupar a Felípez. En buena lógica, el socialismo se sintió legitimado para seguir haciendo lo que solía. Como ahora con ZP.

No estaría de más que la gente recordara que las manchas no se le borran al tigre ni a la mofeta y que si el socialismo considera que la mentira le da dividendos, seguirá mintiendo, impasible. O sea, que los socialistas amontonan palabras sobre los hechos hasta que los sepultan.

Como siempre en España, hace falta otra generación de justicieros.

Junta de Rectores de Trapisonda.

02 octubre 2006

MAHÓN CON SENTIDO

En la Historia de España, por desgracia, la búsqueda de la verdad ha quedado subordinada a salirse uno con la suya. Virtud esa de Vencer- como -sea que nos ha obligado a ir a ciegas por la historia y a soportar la entronización de majaderías absolutas.

Recientemente el Papa Benedicto XVI se ha atrevido a decir una verdad cosmológica: Suponer siquiera que el Universo nació de una explosión universal y del azar, cuando lo vemos en un orden equilibrado y dificilísimo, es propio de gentes ignorantes. Trapisonda lo cree: nada que contenga un orden es casual y, en muchísimos casos, los propagadores de teorías basadas en el azar lo que pretenden no es hallar la verdad sino anular el uso de la razón de muchos.

Tras decir esto, Trapisonda ha comprobado la reacción de una cierta casta de hombres necios que se aglomeran en torno a ciencias y sociologías del Siglo XIX. Dan por tan asentada la teoría del "Big Bang" y, sobre todo, tan de acuerdo con sus proyectos de engaño universal, que han respondido al Papa con vídeos y otros dicterios en los que, sin demostración posible, se limitan a insistir que el Papa ha perdido la razón precisamente porque ha sido razonable.

Este es el juego: se lanza y se sostiene, por repetición, una teoría. Luego se la cita como verdad incuestionable. Posteriormente, impiden, mediante el silencio y la docta burla, que se cuestione y, por último, se excomulga de la civilización a quienes no crean firmemente en ella. Un método tan seguro y eficaz como atribuir al enemigo y al contrario las propias intenciones y acciones. Así tantos tiranos han pasado como libertadores.

Se elige, como más prolija demostración, el curioso caso de la Ciudad de Mahón, en el Obispado de Menorca. Conocida a veces por su gran puerto, a veces por su prisión militar (donde se encerró al republicano Capitán Sediles, del motín de Jaca o donde se asesinó a la casi totalidad de la guarnición en 1936), y a veces por sus quesos y la famosa Mayonesa que, por intereses de promoción, acabó llamándose "Mahonesa" basando el cambio de nombre en ciertos mitos sobre la estancia en Mahón del Duque de Richelieu.

Por razón del expansionismo catalán y de una gramática iluminista de Pompeu Fabra, aparecida en los alrededores 1911, en el 2005, las fuerzas catalanistas, que sostienen que los baleares son catalanes y hablan en catalán, decidieron "normalizar" el topónimo, basándose en que el catalán oficial prohibe la existencia de haches intervocálicas. Mahón, con esa hache, es una falta de ortografía y nada más.

El expansionismo catalán, siempre obcecado, ha cambiado los bombres de todas las ciudades, pueblos y lugares de Baleares, con el apoyo de todos, TODOS, los partidos. Empezó, en los años sesenta, la Iglesia. Tras cerrar, por falta de quorum, su seminario, envió a los seminaristas al de Barcelona, de donde volvieron catalanizados, convencidos de que Dios también era catalán y que los que se atrevían a hablar y rezar en otro idioma eran unos invasores. El propio Diario Menorca -propiedad mayoritaría del obispado, se pasó los últimos 35 años llamando Maó a Mahón. Maó no era el nombre oficial ni el legal, pero sí era la voluntad separadora de las diferentes familias catalanistas.

La historia es más larga, como el convertir el catalán en la lengua de la administración y de la enseñanza. Y de los actos litúrgicos y obstinarse en impedir -con muchas discriminaciones- el uso del español o castellano. Hasta el punto que hoy no se puede trabajar para ningún tramo de la administración sin poseer un certificado de conocer el catalán. Ni siquiera los cargos electos pueden hablar en público en otra cosa que no sea catalán: una ley obliga a ello, aunque se trata de una ley que no estima en nada la libertad individual y no hace caso de que los "electos" no pueden ser sometidos a mandatos coercitivos.

Por fin, mediante pactos y encubrimientos, en la más legítima tradición de la política de campanario, oficialmente Mahón se ha transformado en Maó, que quiere decir ladrillo en catalán. Si usted va a teléfonos o a correos, ya encontrará que Mahón no existe. Existe Maó. Y las fuerzas vivas, a veces impresas, prohiben cuestionar la validez de Maó o dar detalles científicos que demuestren el atropello cometido contra los ciudadanos de un lugar más que bimilenario. Silencio para quienes busquen la verdad del origen del nombre de la ciudad, que contenga la "H" arrebatada. No hay más que discutir: La ley, dicen, es la ley. Por lo menos mientras ellos no decidan sabotearla y saltarla alegremente, como hicieron hace casi 40 años con los nombres verdaderos de los lugares de Baleares.

Como se decía al principio: a los grupos políticos no les interesa la verdad, sino el ejecutar sus proyectos. Llegaron a decir que Mahón es el nombre castellano de Mahón. Solemnes intelectuales lo afirmaron, sin vergüenza; y todos los politicones; y todos los partidos sin excepción. No así el pueblo que, mayoritariamente, quiere su nombre tradicional, el forjado por los siglos. Se sienten atropellados y sometidos a una injusticia contra la que no hay apelación. El Resto de España, tan deteriorada en sus lindes por el extremismo reinante, ha abandonado toda protección de los habitantes expoliados.

Mahón es Maó y no hay más que hablar. Que algunos catalanistas, repartidos entre todos los partidos, sean libres, equivale a que lo lo sean el resto de las personas. En esas cosas reside o yace la centenaria postración de España.

Sin embargo la ciudad de Mahón llegó a llamarse así durante milenios de uso, soportando incólume cambios en la base de la población: sobrevició a romanos, bizantinos, vándalos, árabes, ingleses, franceses pero no sobrevivió al catalanismo, cuya esencia confesada es la separación de los "Països catalans" de España. Gloria de lo minúsculo; rechazo de lo grande. La aldea, ah, la aldea.

Se sabe que las constancias escritas de esta ciudad arrancan con "Magona" y, luego, con el "Municipium Flavium Magontanum". Puesto que la parte oeste de la Isla de Menorca tuvo una población llamada Jamma o Jammona, hoy Ciudadela, y que parece significar "Poniente" en alguna lengua asiática, se supuso que Mahón equivaldría a Occidente, aunque no se pudo demostrar, rastreándose después otro hecho que parecía fundamental en Mahón: su protegido y largo puerto. Así se halló y se dió carta de naturaleza a "maghen", palabra púnica y fenicia que vale por "Escudo", "Defensa", significando que el puerto era un escudo y una defensa en casos de temporal.


Considerar que la bonanza de su puerto era lo fundamental de Mahón fue un error de la tendencia paisajística que vino con el Romanticismo. Lo notable de una ciudad tiene que ser, forzosamente, algo de la ciudad misma y no sus alrededores, sobre todo para mentes pràcticas como las romanas. Se imponía pensar en algunas palabras latinas que pudieran haber sido germen del nombre hoy atropellado. La parte más antigua de Mahón, bien excavada, mostraba su fachada norte y Este, por encima de un acantilado que era una muralla natural y defendía dos de los cuatro puntos de la ciudad. O sea, se pudo pensar que Moenia, las murallas de un municipio, es palabra relacionada con Mahón, si se considera como idea básica el hecho de ser lugar amurallado: Fortaleza en lo alto, en la colina, como se prefiera decir. “Moenia Montana”, como primera opción de aproximación a Mahón.

Pero no era tan sencillo: se explicaba el significado de Mahón, pero no coincidía la presunta etimología. Se trpezaba, en sucesivas búsquedas en todos los idiomas, con una raíz que no se podía desentrañar con métodos fáciles: “Mag”. (o sea, también puede encontrase bajo la forma MAC (más antigua) y Mah. Por las lecturas de otros nombres de lugares antiguos, siempre elevados, Mag significaba Colina, Altura, Elevación. Pero debía encontrar una voz que respondiera a eso y que tuviera posibilidades de haber llegado a Menorca e incluso ser anterior o coetánea de la llegada de los romanos.

El método científico en esto es el pálpito, el recuerdo de otras cosas leídas y el juego del crucigrama. En las zonas ocupadas por los protoceltas, primeros celtas infiltrados, incluso antes de “ab urbe condita”, fundación de Roma, en Alemania, en Austria, en Holanda, en Bretaña y en Inglaterra, aparecían bastantes MAG y MAGO. Incluso algunos lugares, a miles de quilómetros, llamados igual: su único nexo, los romanos y los pueblos celtas. Así, a orillas del Rhin, está Noviomagus, hoy conocido como Nimega. Y en Inglaterra, otro NovioMagus, Chichester. Fortalezas; poblados Fortificados. Lo que los romanos llamaban Oppidum. Incluso más al Este había trazas: Magdalenska Gora (ojo: de antes de Jesucristo; nada de Magdalena).

Una raíz muy amplia y céltica casi con seguridad. Seguramente está también presente en Magar y Amagar, refugiar, esconderse, de un presunto céltico “Magan”. Las cosas se ligaban porque, un río que sirvió de frontera entre germanos y romanos, hoy llamado Main, se llamó por las Legiones “Moenus”, o sea, fortificación. Cerca de allí, pero a poniente, está el mejor ejemplo: Meins, cuyo nombre romano es impresionante y aún se usa en español: Magontiacum, que es igual a Magontanum o Magontianum: el "anum” y el “acum” son terminaciones de lugar, como “ino”. Maguncia era y todavía es una fortaleza-puerto, en el Rhin y lo fortificado propiamente todavía sigue como Fortaleza, en la colina más alta. Como Nimega (Noviomagus) está sobre seis colinas y puerto fluvial, y MAGdalensBurg /(burg equivaldría a anum o acum) es un puerto en el Elba (Alba en latín).

Ya se empieza a aceptar, tras un par de siglos de suficiencia, que a Menorca llegaron también los Celtas y que Ramis no fallaba cuando hablaba de “Las Antigüedades Céticas de la isla de Menorca”. De hecho hay toda una ruta protocéltica que arranca del centro de Alemania y termina en Sete y en Perpiñán, donde empieza el Golfo de León. Pero, por mucha seguridad que se tenga en la resonancia histórica, se necesitaba además, una palabra pariente en un idioma clásico, o sea, un MAG. MAC o MAH en idioma griego o en Latín.
Macizo me ponía en la pista, por su raíz romana “Massa”: sólido, bien fundado, prominencia del terreno, por lo común rocosa; grupo de alturas o montanas y hasta construcciones apiñadas o cercanas entre sí. Lo mejor, que “Massa” procedía del griego: “µαζ”, pariente de “Makrós”, que vale, entre otras cosas, por alto, elevado”, o sea, lo mismo que la raíz Mag, ya claramente indoeuropea.

La idea, fortaleza en lo alto, sigue siendo la misma para Mahón, pero esta vez explicada con unos ejemplos que dejan poco margen a la duda y que además, contienen una “G” que justifica la evolución hacia la H. O sea: MAGO-nia. MAGON-tanum o MAGON-Tiacum.

No era satisfactorio del todo: sí en el sentido pero no en el origen, y ahora se han podido corregir los orígenes, unificarlos como quien dice y hacerlos más exactos. Lo básico era, de todas formas, negar la cosa púnica de “maghen”, “escudo”. Qué imaginación desbordada la de nuestros historiadores, al servicio de una idea preconcebida: si Jamma, o Iamona quiere decir “poniente”, el topónimo Mahón debía hacer referencia a levante o al puerto, pero sólo como abrigo y no como ciudad. Pero los que apostaron por «Maghen” no erraron tanto. O sea, no del todo.

La única solución era acudir a lenguages aún más antiguos como el Indoeuropeo, en sus diferentes idiomas, como el sánscrito, el avéstaico, el islandés, el irlandés, el anglo, el altoalemán o el celta, lo que laborioso pero entretenido.

Mahón es un largo puerto con varias islas y, al fondo, sobre un gran acantilado, está la ciudad, con las casas colgando sobre el abismo: algo impenetrable. Si tenía que venir el nombre de algo sería de su peculiaridad como ciudad asomada al mar desde lo alto. Los romanos tenían la palabra, “moenia” que significaba "villa amurallada”. Estaba además Montanum. Como señal de elevación del terreno: del monte. El nombre latino fue “Municipium Flaviun Magontanum”. Las similitudes de la época ayudaban a fijar el sentido y saber donde buscar: Maguntia, por ejemplo, tenía el aspecto de pariente próximo, pero nadie daba una etimología de ella. Se leyeron descripciones de la ciudad y se observaron planos, de modo que se encontró una fortificación en alto, sobre el Rin, levantada por Roma por primera vez, al lado de un puente para las legiones. Vaya. De lecturas extrañas sobre menhires y poblados célticos amurallados, apareció una desinencia: Magh, así, con hache. No se podía demostrar nada con exactitud, pero Magh correspondía a colina, altozano. Ya tenía la etimología hecha: Castillo, fortificación en lo alto. Luego con las búsquedas en indoeuropeo, se ha dado con la raíz, sospechada leyendo sobre arqueología de la edad del bronce: “magh” exactamente, que, como verbo, significa tener poder. Fuerza, “magha” en sánscrito… Todo está relacionado con “mago”, poderoso, y con “magno” y con mucho más. Y con máquina y con meigo. Pero también es “fortaleza”, como virtud y como fortificación. O sea, se confirmaba lo que antes era sospecha razonada.

Lo que me extrañaba era que todos los historiadores locales, algunos buenos latinistas y sacerdotes, no dieran con esta explicación y rondaran en torno a posibles palabras fenicias, una de ellas significaba «escudo» y razonaban que el puerto era un gran escudo para el temporal. Y es lo que aceptan todavía. Los lingüistas catalanes tampoco dicen ni palabra. Mahón es Fortaleza. La palabra fortaleza ya lleva incluida la idea de altura.

Hay algo todavía mejor: que los eruditos locales fueron a dar con una palabra indoeuropea incrustada en el fenicio (como “Masada” en el arameo): «Maghen», presunto «escudo», cuando la palabra grita altísimo que tiene la raíz “magh” y que, aun valiendo por escudo en semita, se refiere a defensa, a muralla y obra de albañilería: Fortaleza, “quod erat demostrandum”. Mahón, de la raíz indoeuropea MAGH, significa Altura Fortificada, fortaleza. Y la etimología le da el derecho a conservar una hache de más de cuatro mil años de antigüedad.

Pero "Magh-" seguramente no baste para las mentes más dóciles a las consignas catalanas y a las leyes que han creado. O a la Universidad de Baleares, que ha dado por bueno el cambio de Mahón a Maó. Por eso se ha reservado para el final, otra raíz indoeuropea de curioso parentesco: "Mag", que en Altoalemán antiguo está en "MAHHON" y que significó "hacer", o sea, como el "Make" inglés. En germánico estuvo MAKON, "albañil" y supuso también "Obra" y "Macizo" y, aquí la curiosidad, "Masón"

De nuevo, pues, la referencia a la muralla, a la ciudad amurallada, hecha con murallas. Fortaleza.

En tanto aparezcan palabras más próximas, se ha de dar por completada la etimología de Mahón que, como se ve y queda probado, contó con esa "H", hoy arrebatada por la docilidad a una gramática de Pompeu Fabra y por el oportunismo catalanista que, desde luego, no parece haber investigado con cura.

Arturo Robsy

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