02 noviembre 2008

DEL AMOR, TAL CUAL


¿SOBRE EL AMOR, DICES?

 

Queridos educandos y alumni: aún a vuestra tierna edad me apuesto el bigote de Florindo, aquí presente…

 

-Arcadio, señor.

 

-El bigote de Arcadio a que ya os ha dicho alguien, previsiblemente una alumna, que “el amor es lo más importante de su vida,” con lo que demuestra que no ha experimentado amor o que tiene superávit de serotonina. No es posible, hijos míos, pasar por la vida sin oír cosas así. Y otras aún más vergonzosas.

 

La primera cuestión de la Historia Circular que os imparto es cómo inculcaros la obligación de percibir las palabras como la única fuente de conocimiento a nuestro alcance y que, por lo tanto, hay que andarse con cuidado, no sea que se nos arruguen y no signifiquen nada al final, famoso objetivo de los que nos quisieran bobos. La palabra encierra el saber de todo y, para que prestéis atención, la psicología circular aconseja que a los jóvenes se les ponga delante la zanahoria del amor.

 

-Veamos la voz del pueblo. Diga, bedel Germinio, qué es el amor.

 

-No podría asegurarlo, señor. ¿Un inquietante runrún?

 

-Un inquietante runrún, bedel Arcadio. ¿Cree que hay muchas palabras relacionadas con eso del amor?

 

-Miles, señor. Se trata de un deporte aeróbico extraordinariamente popular. Amor, libertinaje, crápula, libídine…

 

-Ya no se hacen bedeles así.

 

-¡Cátedro, cátedro! –avisó un tierno alumno- La  prueba que pretenda presentar estará viciada, porque el bedel ha dado valoraciones negativas en tres de las cuatro palabras que ha dicho.

 

-¿Ha habido connivencia, Idilio?  Diga si le he azuzado para que usara palabras como libídine.

 

-No, señor. Veo por mí mismo la televisión y saco consecuencias. Sobre todo a partir de las doce de la noche.

 

Y usted, alumno, ¿ya sabe a qué me voy a referir? ¿Sospecha que voy a prevenir en contra del amor a su tierna alma? Ni siquiera le hablaré de la polisemia, tan típica en los derivados del verbo “futuere.”  Al contrario: quiero resaltar que, unidos los europeos a través de las antiguas y misteriosas lenguas, hemos concebido de modos distintos algunos aspectos esenciales de la vida. Veamos la misma “libido”, tan querida del Doctor Sigmundo.

 

-Trampa, trampa. –se quejó otro alumno- Se veía venir en cuanto el bedel dijo “libidinoso.”

 

Pues veamos, directamente, la palabra “Amor,” sin más contemplaciones. Vuelvo a apostarme el bigote del bedel Remigio a que no sospechan que procede de primitivas acciones bucolabiales. ¿Eh, eh? Digan ustedes “Caramba,” y abran los ojos como si se les estuvieran saltando.

 

-Caramba.

 

-Así me gusta: dúctiles y maleables.  Si gustáis podéis admiraros de que Amor venga de mamar, tan cierto como gaita viene de cabra. El viejo protoindoeuropeo, en todas sus versiones, usó “mama” para decir mamá,  y de ahí, “amma”, de donde los romanos hicieron Amar, aquello de amo-as-are-avi-atum. Pero también amigo y ama. Nótese que, en nuestra inteligente lengua, el amor no tiene ninguna relación con el amor que, como ha señalado el despierto bedel, se propaga por televisión. Ni con la genitalia. No me opongo a que digan “Oh” bien fuerte.

 

¿Qué ha pasado, muchachos, para que ahora muchos se escandalicen al oír en las viejas películas, o comedias, cómo un señor pide permiso para hacer el amor a la mamá de una mujer núbil? ¿Qué falla? ¿Eran menos hipócritas? No, señores, no: es que hacer el amor significaba cortejar que en este caso se puede traducir como “alagar.”  ¿Cómo hemos llegado a  las sutilezas de “hacer el amor” en lugar de su nombre puro en español, o sea, “hoder?”

 

Pues por el protoindoeuropeo. Desde ahora les aconsejo que le hagan su amigo de por vida y que, con él, espabilen sobre las diversas concepciones del amor: el limpio y maternal, y el del frote, o libido, que es cosa de Freud. Creo que Don Sigmundo era hasta evolucionista: no les digo más.

 

Mientras preparaba esta lección magistral que os coloco, me he dicho, digo, “si a estos les suelto que amar viene de mamar, me van a entender por el lado libidinoso, por así decir.” Debía, pues, disponer de una respuesta clara sobre el asunto de por qué para unas sociedades americanizadas, “hacer” y “amor” son términos compatibles. Entre nosotros, los amores se tienen, se sienten, duelen o regocijan. Pero no se hacen más allá del idiotismo que hemos visto que significa cortejar.

 

¿Qué pasa, muchachos y mozas presentes? ¿Cómo hemos llegado a repetir esta vergonzosa situación televisiva? O sea, ¿qué piensa el adolescente cuando se le pide amar a Dios? No es pregunta necia. No es pregunta baladí. Los que creen que amar es chingar, con perdón, deben sentirse confusos y mirar el catecismo de un modo distinto al nuestro.

 

Lo diré sin ambages, que es galicismo y se lo merece. Amor, para alemanes, ingleses y asimilados, es Liebe, lo mismo que Love. La misma palabra lo dice y por eso la eligió el austríaco reprimido de Freud, aquel doctor cochinazo. Toda esa gente no dice amar sino coyunda. “Ich liebe dich”, ¡amos anda! Pero dicen aun más, porque usan la raíz que para nosotros ha quedado para palabras rebuscadas:  “leubh-“. Y leubh da muchas sorpresas si la escarbas. Díganos, Arcadio, qué le sugiere la anotación “ad líbitum.”

 

-En mi cercana juventud hice estudios de ocarina. Con solfeo. Recuerdo vivamente que para interpretar “Ojos negros,” la famosa canción rusa, la partitura ponía, tras la clave de sol, la acotación “Ad líbitum”, que viene a significar que el tiempo se puede ejecutar a capricho, o sea, a voluntad. En esa particular música, Señor, hace muy buen efecto.

 

-¿Me dice usted, Herminio, que líbitum quiere decir voluntad además de libido, que es ansia y deseo?

 

-No podría jurarlo, señor, pero así se desprende.

 

-Escriban como buenos alumnos: “La cosa del aquí te pillo, aquí te mato, conocida en ocasiones como chacachá o catapún chinchín, pura ansia genital, aunque no maligna, es la que nos ha traído la vergonzosa costumbre de “hacer el amor” en vez de joder, que es lo suyo. Del bueno y sólido verbo latino futuere.”

 

El amor extranjero, más práctico, se dijo, en lo antiguo, “liufs” en gótico; “liob” en alto alemán, y “lof” en anglosajon. Palabras todas hermanas de la libido, nuestra libídine, que a veces da, como en el musical “adlíbitum,” voluntad que es casi desear.  Vivimos en un mundo donde todo se mezcla, como el amor y la pachanga, o el café con la leche y los buñuelos con la miel, que ahora es época. ¿Quién puede, en el tercer milenio y sin tercer ojo, distinguir el socialismo de la banca, la verdad de la televisión, el culo de las témporas o la gimnasia de las gimnospermas? Pues sólo el estudioso del protoindoeuropeo y quien se forja, en Trapisonda, en la Historia Circular, que es más “La mezcla constante” que el “Eterno retorno.”

 

-A ver, Idilio,  ¿adónde cree que conduce el ejercicio constante de la libídine con esa gran acumulación de deseos?

 

-A las venéreas, señor.

 

-Pues también está previsto por estos británicos, porque, entre los antecedentes de su Love, hay una raíz,  “wen-,” que conduce de cabeza a Venus, dicha La Diosa de Citerea,  y a la venera, o “concha” que mencionan los argentinos con buenas razones.” Y a la cosa venatoria, porque el “hacer el amor” es siempre una cacería. Y más aún: a lo venal,, que es buscar ganancia. Digan “Toma castaña,” con asombro cinco es la escala del “nihil admirari.”

 

-¿Desentrañan ustedes? ¿Desentrañan lo suficiente? Porque estamos llegando a otro de los mitos de la modernidad y no deben confundirse. A ver, usted, el del bigote flotante, ¿qué es necesario para entregarse a la libínide, además de ganas? No se me rasque la cabeza: improvise, invente. En Trapisonda creemos en el pálpito, así que piense en algo que empiece con “lib” de libido.

 

-¿Libertad?

 

-He aquí a un futuro etimólogo que demostrará cosas imposibles, como por qué huevo se escribe con hache. Será por el bigote, pero ha dicho una verdad interesante. Lo documentaremos: Si va usted a  la palabra “libre” en inglés, se  encontrará con Free, y, entre sus orígenes, va a dar con la raíz “leubh”, que también, por el sonido, puede decirse “leudh”, de modo que volvemos adonde comenzamos: a la raíz de la libido, a lo libidinoso, a la libídine, también llamada folleteo por gentes incultas.

 

Esta es, alumni y educandos, la clave de la Historia Circular: parece que se termina en el mismo sitio donde se empezó, pero regresamos con una carga muy distinta: de cómo el amor llega a la libertad que es casi como indicar que Dios nos hizo libres porque nos amaba. Nos amaba, pero no en inglés. ¿Verdad, Florilegio?

 

-Entre el velo del paladar y la lengua, señor cátedro, hay más cosas de las que sueña nuestra filosofía.”

EL RECTOR MAGNÍFICO

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