25 noviembre 2006

PRESENTACIÓN DE "EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE"

Comunicado






Presentación del libro


En una España cambiante


Vivencias y recuerdos de un ministro de Franco

de Pedro González-Bueno y Bocos

Martes 28 de noviembre de 2006, a las 19’30 horas

Con la intervención de

Excmo. Sr. D. Fernando Suárez González

D. Juan Luis Calleja

D. Pedro González-Bueno Benítez

D. Javier Ruiz Portella


Lugar: Aula Magna de la Universidad San Pablo CEU

C/ Julián Romea, 23 - Madrid


20 noviembre 2006

ASÍ NACIÓ EL FUERO DEL TRABAJO

ASÍ NACIÓ EL FUERO DEL TRABAJO.

La Universidad de Trapisonda pensó en hacer una buena y sólida crítica de este libro de D. Pedro González-Bueno, ministro del Primer Gobierno de Franco y autor –verdadero autor, con su hermano- del Fuero del Trabajo. Este fuero, tan avanzado que aún ahora mejoraría las condiciones laborales, surgió de una primera idea de Franco para aliviar la situación laboral de España, situación que era la que dejaba la República en su retroceso. De esa idea y del trabajo esforzado de un ministro que eran muy consciente de estar preparando la necesaria justicia social que España precisaba.

Tiempos heroicos en que se hacían leyes fundamentales a lápiz, sobre una mesa, entre las dos camas de una habitación de hotel.

Franco llamó a Pedro González-Bueno a su Cuartel General y le anunció que iba a formar gobierno. El falangista González-Bueno, hombre llano y sincero, respondió:
-¿Pero ahora va de veras, mi General?

Y tan de veras. No mucho después era nombrado ministro de Organización y acción sindical. Así lo cuenta el que debe ser recordado como el primer ministro de Sindicatos, en sus memorias, recién salidas con el título de EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE:

ESPAÑA EN GUERRA
Mi primera y casi única fuente de inspiración era la concepción generalizada del Estado propuesta en el ideario de José Antonio, que con el tiempo inspiró la Ley de Principios del Movimiento de 17 de mayo de 1958. Por otra parte, conocía la doctrina social de la Iglesia, expuesta sobre todo en la encíclica Rerum novarum, de Su Santidad, el Papa León XIII. No tenía en mi poder la Carta del Lavoro, pues, como dije, regresé de Italia sin considerarla de interés para mis fines en cuanto al Fuero del Trabajo. No pisaba firme, por tanto, sobre la orientación y contenido que debía dar al documento cuya redacción se me había encomendado. Entendía que habría de referirse a problemas laborales y sindicales, pero pronto pensé que éstos sólo podrían encauzarse si se partía de una nueva concepción social y económica del mundo laboral. La producción, que es la que da lugar a la aparición de los sindicatos, puede desarrollarse de muy diversas formas, según cual fuere el régimen político en que se desarrolla. En aquellos momentos estábamos partiendo de unas concepciones políticas que desechaban tanto los regímenes de democracia liberal con base en los partidos políticos, como los de corte socialista o comunista, en sus diversas modalidades. La intención del nuevo Gobierno era crear un régimen democrático en el que la participación del pueblo en las tareas legislativas se hiciera por sus legítimos representantes a través de las células en que el individuo desarrolla su vida real: la Familia, el Municipio y el Sindicato. Deducía de estas consideraciones que lo que realmente se esperaba de rní era ordenar las bases socio-económicas que respondieran a la política que latía en el ideario de José Antonio y que Franco intentaba llevar a la práctica.

De nuevo requerí la colaboración de mi hermano Pablo, cuya formación jurídica me era de gran utilidad y con quien me había acostumbrado a compartir este tipo de labores creadoras. Nos dispusimos a trabajar en mi habitación del hotel, que nos permitía un mayor grado de aislamiento que el despacho provisional de la Cruz Roja. Pablo se sentó, provisto de lápiz y cuartillas, ante una mesa colocada entre las dos camas que tenía la habitación, y yo me dispuse a darle forma a mis ideas, al tiempo que paseaba arriba y abajo.

Pasados los años, no dejan de sorprenderme las afirmaciones que acerca de mis actuaciones políticas encuentro en algunos textos. Tal es el caso de un interesante libro titulado El franquismo sin mitos. Conversaciones con Serrano Súñer, en el que su autor pone en boca de Ramón la afirmación de que la Ley de Responsabilidades Políticas fue redactada por mí, que era —el mismo autor lo dice— ministro de Organización y Acción Sindical y que conté para ello «con un pequeño equipo de juristas que tenía». El equipo de juristas era ciertamente muy reducido: mi hermano, como en otras ocasiones de este relato.

En cuanto a esa alusión —de mayor calado— a la Ley de Responsabilidades Políticas, Ley de Jefatura del Estado, de 9 de febrero de 1939 (Boletín Oficial del Estado, 13-2-39), no puedo hacerme responsable de su autoría, como lo hago en cambio con otros textos igualmente comprometidos. Más verosímil parece que Serrano, a la sazón ministro del Interior, departamento en el que sí encaja la propuesta de esa disposición,(32) hubiese querido alejar de sí la responsabilidad de su redacción ° que el autor del libro citado decidiese por su cuenta ayudarle a lavar su imagen de hombre tan implicado con el Movimiento Nacional. Ese libro se publicó en el año 1981, no hay que pasar por alto ese dato.

31. Saña, Heleno, El franquismo sin mitos. Conversaciones con Serrano Súñer, Barcelona, BI, pág. 102.
32. En el Dictamen de la Comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 36, Editora Nacional, Madrid, 1938, puede verse un ejemplo que corrobora esa hipótesis sobre autorías. Las órdenes de 21 de diciembre de 1938 y de 15 de febrero de 1939 relativas a la creación de esa Comisión llevan ambas la firma de Serrano Súñer, a la sazón Ministro de Gobernación.

Pero, volvamos al hilo del relato. Comenzamos por comentar la forma que daríamos a un documento que habría de tratar de muy diversas cuestiones. Desechamos la idea de una redacción continuada, que era muy difícil, y acordamos abordarlo en forma de «Declaraciones» aisladas, que como capítulos podían circunscribirse a materias específicas, y que después podrían estructurarse siguiendo un orden lógico.

Trabajamos muy intensamente durante varios días, empezando por acopiar toda la información de que disponíamos, entre la que figuraban las notas que yo había tomado en mi aproximación al Decálogo del Trabajo del que inicialmente me hablara el Caudillo y todo lo que fui recogiendo después de entre los textos que había ido leyendo desde entonces. Por este procedimiento, llegamos a redactar una propuesta de declaraciones que juzgué bastante completa en el aspecto social y con el grado de elaboración suficiente para ser presentada en el Consejo de Ministros, como avance del documento que se me había encargado.

Con preocupación no exenta de temor y también, a qué negarlo, con un tanto de emoción, di lectura a mi trabajo en el Consejo de Ministros que se celebró el 22 de febrero de 1938. Finalizada la lectura, que se escuchó en un impresionante silencio y expectación, tomó el primero la palabra Sáinz Rodríguez, que ensalzó el escrito con grandes elogios a los que pronto se sumaron los demás ministros. Se decidió seguidamente nombrar una comisión integrada por Serrano Súñer, Sáinz Rodríguez, Suanzes, Fernández-Cuesta, Amado y yo como ponente, que se encargaría de desarrollar y completar en pocos días el texto presentado.

En aquel Consejo no se trataron otros asuntos y, una vez que hubo levantado la sesión, el Generalísimo se acercó a mí para felicitarme, cogiéndome las manos y dándome las gracias repetida y efusivamente por el trabajo realizado. Le respondí que con toda seguridad, primero la comisión designada y más adelante el Consejo Nacional, podrían mejorar el texto, pero que por mi parte había hecho todo lo posible para cumplir el encargo recibido.

De conformidad con el acuerdo adoptado, la Comisión se reunió en días sucesivos en el despacho de Serrano Súñer. Se trabajó con gran intensidad, aportando cada uno nuevas ideas que, como se había previsto, mejoraron la propuesta inicial sin modificar su estructura, que mantuvo su redacción en forma de declaraciones. El nuevo texto así elaborado se aprobó en otro Consejo de Ministros y se remitieron copias a todos los consejeros nacionales, al mismo tiempo que se les convocaba para una reunión en la que se sometería a deliberación el documento.(34) El Consejo Nacional debía iniciar sus sesiones el día 6 de marzo para ser clausurado tres días más tarde.

34. Payne, Stanley G., Falange. Historia del fascismo español, Ruedo Ibérico, 1965, pág. 152, recoge una versión según la cual hubo dos anteproyectos distintos y dice a este propósito que el primero se había encomendado a «Joaquín Garrigues y Francisco Javier Conde, con quienes debía colaborar Ridruejo. El proyecto de estos últimos resultaba bastante radical: toda la economía nacional debía quedar bajo el control de un sistema sindical basado en un concepto de la propiedad esencialmente capitalista [...] defendido en Consejo de Ministros por Fernández-Cuesta, fue inmediatamente desechado». Y añade: «El proyecto de González-Bueno, mucho más conservador y basado en un paternalismo capitalista, fue adoptado, confiándose al Consejo Nacional la misión de darle forma definitiva». Como es fácil comprobar, la versión que da este historiador, con el tiempo uno de los mejores y más documentados hispanistas, en la que fue una de sus primeras obras sobre España, no coincide exactamente ni con mis recuerdos ni con el relato de Fernández-Cuesta, en su obra ya citada.

18 noviembre 2006

MÁS SOBRE "EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE"

Otra crítica sobre el libro de D. Pedro González-Bueno y Bocos, ministro del primer gobierno de Franco, que muestra el formidable esfuerzo que hizo la España Nacional para implantar de nuevo la justicia, la Patria y la razón. El esfuerzo formidable de una generación de hombres que creyeron que España seguía siendo posible.

Publicado en el Boletín FF 107 de Julio-Septiembre del 2006, publicado en la Fundación Nacional Francisco Franco por D. Armando Marchante Gil.


GONZÁLEZ-BUENO Y Bocos, PEDRO: En una España cambiante. La creación del Estado del bienestar. Vivencias y recuerdos de un ministro de Franco. Altera, Barcelona, 2006, 23 cm., 349 págs.

RARAMENTE la aparición acumulada de libros referidos a los años en los que se crea y consolida el régimen de Franco, nos produce una satisfacción como la que resulta de la lectura de este volumen que es mucho más que unas simples memorias. Se trata del sencillo y veraz testimonio de un español ilustre, quien por puro patriotismo puso su persona y sus saberes al servicio de España.

Cuando en plena guerra se iniciaba la construcción de un Estado que había de dar a los españoles paz y prosperidad, González-Bueno consideró que debía construir a esta noble tarea con olvido de sus intereses personales y sin otra recompensa que el deber cumplido en un lugar en el que le colocaron las circunstancias por esos increíbles azares de la historia.

Es un gran acierto traer hoy a la luz este relato póstumo en que se mezclan la emotividad, el testimonio y los ideales de aquellos hombres ejemplares de otros tiempos. Se dice que todas las comparaciones son odiosas, pero en este caso así deben resultar para nuestros políticos de hoy, verdaderos pigmeos comparados con aquéllos; tal vez esto explique el actual intento de desmemoria.

Para entrar en materia nada más útil que el prólogo que el último Ministro de Franco, Fernando Suárez González, pone a los recuerdos del que fue el primero de ellos, González-Bueno. Es una síntesis de la labor realizada y de la continuidad de esfuerzos de todos aquellos singulares ministros para lograr —y conseguir— una España más justa, más solidaria y más armoniosa entre quienes contribuían con su esfuerzo y trabajo al bien común de todos los españoles.

Después de relatarnos concisamente sus años de formación, primero en la Institución Libre de Enseñanza y luego en la Escuela de Ingenieros de Madrid, seguida de sus viajes de perfeccionamiento en Europa y Norteamérica, el autor nos relata su acercamiento al mundo político a través de sus contactos personales con José Antonio Primo de Rivera y Calvo Sotelo, cuyo asesinato por pistoleros socialistas y el Cuerpo de Asalto supuso el estallido de la sublevación del 18 de julio de 1936. Previsoramente González-Bueno se encontraba en Pamplona donde el general Mola pidió su colaboración para poner en marcha los servicios públicos en el San Sebastián recién liberado. Poco después fue nombrado vocal de la Comisión de Industria y Comercio de la Junta Técnica del Estado.

El autor del libro contribuyó muy eficazmente al buen término de la unificación de las fuerzas políticas que se sumaron al Alzamiento y que Franco llevó a cabo en medio de sus preocupaciones militares, considerando muy acertadamente que aquella unidad era absolutamente precisa para vencer a quienes estaban ya en avanzado proceso de conversión en una república soviética. El relato de aquellos días en Salamanca reviste un alto interés, pues el autor derrocha sencillez y precisión en cuanto nos revela, que es mucho.

La forma y circunstancias en que Franco llevó a cabo la creación de una de las primeras y más eficaces realizaciones del nuevo Régimen que fue el Servicio Nacional del Trigo, vigente hasta 1971, es relatada en primera persona por el autor que fue su verdadero impulsor, a partir de su propia experiencia en la materia. El idealismo, mezclado a una cierta ingenuidad, con que en aquellos años se abordaban y resolvían problemas muy graves reflejan la buena voluntad de aquellos hombres fundadores, de aquellos sencillos españoles que se habían lanzado con toda su buena fe a poner fin al caos en que acabó la II República, ahora tan añorada por ignorantes y revanchistas.

Reviste especial interés la génesis y desarrollo de la que había de ser la primera Ley Fundamental del Régimen, esto es, el Fuero del Trabajo, vigente con ligeras modificaciones hasta el final del mismo. El autor, Ministro de Organización y Acción Sindical en el primer gobierno de Franco de enero de 1938, relata muy detalladamente la forma en que se puso a punto esta Ley cuyo primer borrador sometió él mismo al Consejo de Ministros el 22 de febrero de 1938, es decir, menos de un mes después de la constitución de aquel primer gobierno. Huelga cualquier comentario al respecto de la capacidad de trabajo de aquellos beneméritos hombres.

En las páginas del libro ocupan no poco lugar consideraciones y datos concretos acerca del mundo bancario y empresarial de la España de los años treinta en los que este mundo de cortas miras, egoísta y sin más horizonte que la defensa de sus propios intereses a muy corto plazo, sale muy mal parado, pues le cabe no poca responsabilidad en el atraso industrial de España y en los desastres que nos llevó a la república y de ésta a la guerra civil. Nos describe todo ello un ingeniero que conocía muy de cerca aquel mundo que, gracias a su esfuerzo y a la de otros como él, terminaría dando lugar bajo la dirección de Fraco a que España a partir de la miseria se situase entre las diez primeras potencias industriales del mundo. Eso sí fue un cambio y un talento.

Dentro de aquel mundo de Salamanca se nos presentan algunos personajes que luego habían de dar mucho juego en la política española. Destaca entre todos la figura de Serrano Súñer, al que se describe como lo que era: un representante del mundo político de la República perteneciente a la CEDA, pero que, rápidamente, se presentó como un seguidor de José Antonio Primo de Rivera, cosa que no había sido, logrando mediante su conocimiento de los manejos políticos y su parentesco con la esposa de Franco, convertirse en el personaje más poderoso de la zona nacional.

Pasado el tiempo, tanto él como su corte de falangistas de nuevo cuño como Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo, Antonio Tovar y otros muchos pasarían a ser demócratas de toda la vida. Según el autor, a Serrano Súñer le perdió su soberbia derivada en despotismo. Ninguno de ellos le perdonaron a Franco su independencia de criterio y la forma en que les apartó del poder cuando se hizo necesario un nuevo rumbo político.

Interesantísima es la descripción que nos hace el libro del desarrollo de los Consejos de Ministros presididos por Franco, la forma en que se creó la Magistratura de Trabajo, que realizó una ingente labor de protección del obrero hasta 1978, y de las relaciones con la Iglesia, los problemas con Alemania para el pago de su ayuda, la protección a la familia y la reforma del Instituto Nacional de Previsión, hito importantísimo de la política social del régimen de Franco. Todo ello realizado en plena guerra donde la pricipal preocupación y esfuerzo era obtener la victoria. El lector ve crecer su asombro ante un esfuerzo tan descomunal como el entonces realizado, bien reflejado en estas páginas.

En gran parte del libro aparece la figura del general Franco presentado siempre e indefectiblemente por el autor como un gran patriota, un gran militar y un no menos gran gobernante, cuya sencillez, apertura de miras y preocupación por España quedan siempre de manifiesto.

A este respecto es muy notable la forma en que González-Bueno acoge la noticia de su destitución como Ministro. La suya es una reacción casi de alivio y de agradecimiento al Generalísimo por haberle permitido colaborar en su primer gobierno, la forma en que ha acogido siempre todas sus sugerencias y cómo ha tenido con él la permanente consideración de escuchar todas sus propuestas y observaciones, algunas de ellas, como el autor reconoce, un tanto intempestivas. Hay que considerar que esta reacción de quien acaba de ser destituido revela la hidalguía, la lealtad y la excelente condición humana de quien así reacciona.

Terminada la guerra, González- Bueno se reintegra a su profesión de ingeniero, donde, entre otras cosas, logra impulsar la electrificación ferroviaria y crear en Vigo la factoría Citroen, además de otras muchas realizaciones que contribuyeron no poco al progreso industrial de España.

La lectura de este libro tiene el riesgo de llevarnos a la melancolía si caemos en la tentación de comparar aquellos españoles beneméritos y desinteresados en su acción de gobierno con los que ahora padecemos. No obstante, léanlo y admiren también su profusa documentación y fotografías.

Armando MARCHANTE GIL

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